revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Ciencia en historias

Lo que la ciencia unió y separó: vida(s) y muerte(s)

Por Marta Baena Sanz, periodista científica y comunicadora audiovisual, martabaena.wordpress.com/ y Sebastiano de Franciscis, Instituto de Astrofísica de Andalucía IAA- CSIC, lacienciaesaburrida.word- press.com/

Fritz Jacob Haber y Clara Immerwahr fueron un matrimonio alemán de principios del siglo XX, ambos científicos e investigadores en química. Durante la Gran Guerra, Fritz Haber, que por aquel entonces trabajaba en un laboratorio de Dahlem (Berlín), desarrolló el gas tóxico dicloro y otros gases letales. Decidido promotor y partidario de destinarlo a fines bélicos, el 22 de abril de 1915 presenció el lanzamiento por el ejército alemán de ciento cincuenta toneladas de gas dicloro sobre un área de seis kilómetros en Ypres, al suroeste de Bélgica. Tras el ataque el panorama era dantesco: los moribundos se retorcían entre espasmos echando espumarajos amarillentos por la boca. Debido al éxito de esta terrible operación fue nombrado capitán de la Wehrmacht, obteniendo el poder de supervisar directamente las operaciones.

Fue así como el 1 de mayo de ese mismo año se organizó un festejo en la casa de los Haber por el honor concedido a él, un civil, y además judío. Clara, su esposa, pasó la tarde inquieta, escribiendo cartas, y por la noche participó en la recepción visiblemente incómoda. Ella esperó a que el último invitado se fuera y, tal vez, se despidió en silencio de su único hijo, Hermann, de trece años. Fue al jardín, probó el arma de su marido con un primer disparo y luego dirigió el segundo a su pecho, directamente a su corazón. Hermann aún la encontró con vida, pero

Clara murió un poco después.

Esta fue la carta de despedida que Firtz encontró encima de la mesa del escritorio de Clara:

 

1 mayo 1915

Empezar esta carta es tan complicado como encontrar las palabras necesarias para que se entiendan mis motivos. Los que conozcan la tragedia podrán juzgar mañana mi acto y pensar en el motivo que lleva a una mujer que, aparentemente, lo tiene todo, a tomar una determinación así.

Mi motivo es el dolor. El profundo dolor que me produce ver lo que una mente brillante, como la de mi propio marido, ha sido capaz de generar para hacer el mal. La angustia tan grande que tengo de pensar en los centenares de vidas que indirectamente ha matado la persona que elegí para compartir mi historia, tú. El padre de mi amado hijo.

Bien conocías mi pasión por la ciencia y lo duro que me resultó llegar donde llegué. Me convertí en la primera mujer que logró un doctorado en química en la Universidad de Breslavia, no sin mucho esfuerzo porque las mujeres no teníamos permitido este tipo de formación académica. Pero mi perseverancia me hizo luchar.

Creo en el avance, en que la ciencia ayuda a mejorar la vida de las personas, en que los científicos tendríamos que seguir un código deontológico –como el de los médicos– que nos llevara siempre a velar por el bienestar y los intereses de la sociedad. Que nuestro objetivo investigando debe estar siempre orientado hacia el progreso y la prosperidad social.

Pero, con el tiempo, me he dado cuenta de que la ciencia, dependiendo de quién y cómo se emplee, puede jugar también el papel inverso. El más perverso, de hecho, que podría haber imaginado jamás. Y eso me lo ha enseñado la persona a la cual más podía admirar, mi propio marido.

La ciencia me unió a ti, Fritz, y ahora me separa para siempre. Tu brillante carrera quedará empañada por tu implicación política. Tú, al unir química y guerra, has creado la peor arma posible: aquella que quita vidas.

Para mí ya no eres solo un científico. Sería hipócrita querer verte únicamente así, cuando sé la cantidad de personas que han perecido por tu gran descubrimiento. Una fórmula brillante que esperaba te reportara mucho éxito en tu carrera, lo merecías todo, pero que jamás pensé que serías capaz de usar en tu beneficio y en contra del bien común.

Contigo me he dado cuenta de que la ciencia tiene tanto poder de sanar como de matar, y de que, dependiendo de las manos en las que caiga y de las intenciones que lleve, puede convertirse en un arma letal. Con tus actos no solo me has hecho perder la fe en ti, sino también en la ciencia. Y este sí que es un peso que no puedo soportar.

La ciencia nos ofrecía un universo inmenso de posibilidades, pero la elección que tú has tomado nunca debió de ser una de ellas. Y yo, sabiendo todo lo que sé de ti y del proceso investigativo, no puedo más que apartarme, porque en ningún caso seré cómplice de esta atrocidad.

Lo siento, sobre todo por mi hijo, Hermann, que algún día espero que lea esta carta y sepa perdonar a una científica que no encontró la manera de mirar hacia otro lado y continuar con su vida.

Clara

Tras este terrible suceso parece ser que el capitán Haber solicitó permiso a sus superiores para acompañar a su hijo y organizar el funeral de su mujer. Sin embargo, al no obtenerlo, partió al frente la noche del 2 de mayo. Aquí viene una carta que Fritz, atormentado por sentimientos enfrentados, escribió unos días después de la trágica muerte de su esposa, desde el frente de Ypres:

 

Ypres, 24 mayo 1915

Amada Clara,

Aún en el frente, cumpliendo mis deberes con nuestro Pueblo y nuestro Emperador, cada vez que vuelvo al centro de comando leo, una y otra vez, tu última carta y sufro frente a lo absurdo y a lo inexplicable de tu gesto. Es cierto que tenías todo lo que la vida podía darte y te podría asegurar que en pocos meses hubiésemos alcanzado el más alto y digno lugar del mundo, como merece la Civilización y el Pueblo alemán, todo.

Pero tu determinación obstinada, la misma que te llevó al estudio de la química, la misma que te empujó a ayudarme en mis investigaciones, con las traducciones de los artículos al alemán, la misma que te dio la fuerza de criar a nuestro hijo y hacer frente a su precario estado de salud, esa misma determinación te dirigió hacía la locura y luego a tu muerte. Tu locura ha deformado para ti los buenos, verdaderos y justos principios que rigen la labor de tu marido.

Mi ciencia es para el bien común, en el que tú hubieras tenido un sitio de honor a mi lado, si solo hubieras cumplido con tus dignas obligaciones de esposa y madre, si esa ciega locura no te hubiese desviado de los valores del pueblo alemán al que perteneces…

El objetivo de mi trabajo siempre ha estado orientado al progreso y a la prosperidad del Pueblo. Gracias al proceso de síntesis del amoniaco, que desarrollé hace pocos años, en el próximo futuro habrá grandes cantidades de abono y, gracias a eso, alimentos y bienestar para todos nuestros hermanos alemanes.

El continuo ataque a nuestro Pueblo y a nuestra cultura por parte de unos países que ya desvirtuaron su moral y perdieron los verdaderos valores de la raza blanca europea, me obliga a defender a mi familia y a nuestro Pueblo, incluso empleando medios bélicos. Eso mismo pudiste leer en el manifiesto An die Kulturwelt! 1 , que firmé con mucho honor, y eso mismo te insistí y afirmé en todas las ocasiones en las que tuve que discutir contigo.

En estos tiempos de guerra, mi labor, mi ciencia y yo mismo pertenecemos al Imperio alemán y a su Pueblo. Mi ciencia está acelerando los acontecimientos bélicos y acortará la duración de la guerra, salvando miles y miles de vidas de los soldados del Imperio, a cambio de unas pocas de los enemigos de tu Pueblo y de tu civilización. La guerra es la guerra y la muerte es la muerte, fuera cual fuera el medio para infligirla y el medio que yo desarrollé es de los más eficaces.

No te perdonaré que acabases con tu vida cuando celebraba mi ascenso a capitán. No te perdonaré que mi hijo tuviera que verte desangrada en tu cobarde muerte. A pesar de mi rabia por ti, solicité, en vano, un permiso para acompañar a nuestro hijo al funeral, para asistir a tu último viaje. Probablemente haya sido mejor no haber estado en el funeral, sentía indignación y vergüenza por lo que hiciste. Podríamos haber sido felices y tú lo estropeaste con tu insensato gesto. Mi arma, aquella con la cual te mataste, una Parabellum, lleva en su nombre lo que tú no quisiste entender; ironía amarga y triste de la vida 2.

Sigo trabajando por la victoria y la dignidad de nuestro hijo y de mi Pueblo. Mañana lanzaremos un segundo ataque en Ypres para demostrarle al mundo nuestra superioridad, bélica y moral. Una pena que tú no puedas ser testigo de semejante triunfo.

Con amor y rabia, tu esposo,

Fritz

*Ambas cartas son ficticias y tratan de recrear la que pudo haber sido la última conversación escrita entre Fritz Haber y su difunta esposa Clara Immerwahr, reflejando sus contradicciones, sus disputas morales y éticas, y la ambivalencia de una ciencia que puede dar vida y bienestar, pero también muerte y destrucción.

Fritz Haber en 1907 fue el primero en extraer nitrógeno directamente del aire, mediante el proceso de Haber-Bosch (la reacción de nitrógeno e hidrógeno gaseosos para producir amoniaco). La importancia de la reacción radica en la dificultad de producir amoniaco a un nivel industrial. De esta manera, se pudo dar solución a la escasez de fertilizantes que amenazaban con desencadenar una hambruna global como no se había visto antes. De no haber sido por él, cientos de millones de personas, que hasta entonces dependían de fertilizantes naturales para abonar sus cultivos, podrían haber muerto por falta de alimentos. Según las palabras de la prensa de su época, Fritz fue el hombre que “extrajo pan del aire”.

 

NOTAS

1. El "An die Kulturwelt!" es el nombre de una proclama publicada el 4 de octubre de 1914, firmada por 93 prominentes científicos, eruditos y artistas alemanes, declarando su irrevocable apoyo a las acciones militares alemanas a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Fritz Haber fue uno de los firmantes, en el puesto 26.

2. La Parabellum-Pistole, conocida como Luger, es una pistola semiautomática patentada en 1898, y producida por Alemania a partir del año 1900. Su nombre proviene del antiguo refrán en latín Si vis pacem, para bellum: si quieres la paz, prepárate para la guerra.