revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Ciencia en historias

Tres viajeros y un dolmen

Por Emilio J. García

El rey

El 15 de enero de 1885, el rey Alfonso XII llega a la ciudad malagueña de Antequera. Él y su séquito llevan cerca de una semana visitando las zonas damnificadas por el terrible terremoto que el día de navidad había afectado a las provincias de Granada, Jaén y Málaga con más de un millar de fallecidos y numerosos pueblos derruidos.
Allí se aloja en la residencia de campo propiedad del político antequerano Romero Robledo, por entonces ministro de gobernación. Quizás no de manera casual, este invita al monarca a visitar una cueva situada en uno de los olivares del noble local Manuel Ramón Zarco. La cueva se usa de aprisco de cabras y ante la llegada del rey deben limpiarla del estiércol acumulado pero, a pesar de esto, el rey queda fascinado por la colosal arquitectura de piedra que conforma la pared y techo de la cueva: ¿qué gentes fueron capaces de trasladar y mover esas gigantes moles de piedra? ¿con qué fin?
A partir de este momento, el monarca impulsa la compra del monumento por la cantidad veinticinco mil pesetas, así como la declaración de este como Monumento Nacional, consiguiéndose ambas cosas en 1886.
La cueva es un dolmen, el dolmen de Menga, un yacimiento neolítico de más de seis mil años y uno de los más grandes y mejor conservados de toda Europa.

La viajera

Más de treinta años antes, otra visitante ya había quedado fascinada por la cueva de Menga.
Mary Louise Tenison, perteneciente a la nobleza británica, escritora y viajera empedernida, con apenas treinta y tres años recorre las exóticas tierras castellanas y andaluzas con su marido, el fotógrafo Edward King Tenison. Resultado de este viaje será el libro Castilla y Andalucía, que tuvo cierto éxito entre la élite cultural inglesa.
En junio de 1852 llegan a Antequera en busca de un templo druida del que han oído hablar, el “más antiguo monumento de los que hubieran visitado, más allá en la oscuridad de los tiempos”.
Ni el alcalde de Antequera por entonces sabe a qué templo se refiere. En realidad, en aquella época, Menga es una gran desconocida incluso para los antequeranos. Solo hay un estudio del arquitecto Rafael Mitjana de 1847, que atribuye su origen a los celtíberos que poblaron la península ibérica dos mil años antes de Cristo.
Tras preguntar a los aldeanos, Tennison y sus acompañantes logran dar con esta “galería simétrica perfecta formada por toscas piedras gigantescas”, que a Tenison le recuerda con un sorprendente parecido en dimensiones y en forma a los montículos cubiertos que existen en Irlanda. La viajera hace una de las primeras descripciones documentadas del dolmen y manda realizar un grabado desde el interior de la cueva en el que se aprecia al fondo la Peña de los Enamorados, un peñón de roca caliza con forma de perfil humano, que caracteriza la fisonomía del municipio antequerano, y que es protagonista de multitud de leyendas entre los habitantes de la zona. "Nada sorprendente -escribe Tenison mientras descansan a los pies de esta peña antes de abandonar la ciudad malagueña-; al fin y al cabo, cualquier lugar montañoso en cualquier país tiene una Peña de los Enamorados y una Cueva del Diablo".

El arqueoastrónomo

En 2008 otro inglés visita el dolmen de Menga. No es la primera vez que lo hace, pero esta vez van a situar una placa en su honor muy cerca de ella, bajo la sombra de un ciprés, ofreciendo el mismo perfil que brinda a los visitantes la Peña de los Enamorados, en un espacio que pasará a tener su nombre: Centro Solar Michael Hoskin.
Este astrónomo y catedrático de la Universidad de Cambridge conoce no solo Menga sino buena parte de todos los dólmenes repartidos por el Mediterráneo. De hecho, es el autor de Tumbas, templos y sus orientaciones: una nueva perspectiva sobre la Prehistoria del Mediterráneo, un volumen donde compila cerca de una década de análisis y estudio de las orientaciones de más de tres mil construcciones megalíticas de este tipo. Este arqueoastrónomo demuestra, sin género de duda, que la mayoría de los dólmenes están orientados al nacimiento o puesta del Sol en el horizonte, ya sea en los equinoccios o en los solsticios, lo que demuestra la conexión mística de estos monumentos, generalmente lugares de enterramiento para sus pobladores.
Todos, excepto Menga (y otro de los dólmenes del conjunto de Antequera: El Romeral). Menga no está orientado al astro rey sino a un elemento del paisaje, como ya indicaba el grabado de Tenison: a la Peña de los Enamorados. Hoskin demuestra que la peña debía ser un elemento simbólico fundamental para los constructores del dolmen de Menga, lo que se corrobora con los yacimientos arqueológicos encontrados a los pies de dicha peña.
Esta rareza en su orientación fue el fundamento que permitió que finalmente Menga y el resto de dólmenes que conforman el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera ingresara en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco en 2016, justo ciento treinta años después de la visita de un rey a causa de un terremoto.