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revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía
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La Tierra desde el espacio: la reconstrucción de un sueño
En este año 2016 conmemoramos dos fechas importantes, que marcaron un antes y un después en nuestra capacidad de imaginar. Celebramos el 70 aniversario de la primera imagen de la Tierra tomada desde el espacio y el 50 aniversario de la primera obtenida desde la vecindad lunar. Mucho antes de que sucedieran estos logros históricos hubo artistas, escritores y científicos, todos grandes soñadores, que imaginaron la Tierra desde el espacio. En este artículo les rendimos homenaje: viajamos fuera de la atmósfera con la imaginación para contemplar nuestro planeta desde el espacio con los ojos de Julio Verne, Georges Méliès, Camille Flammarion, así como de los ingenieros y científicos que hicieron el sueño realidad.
imagen1. Primeras imágenes de la Tierra desde el espacio ll
24 de octubre 1946
Cámara a bordo de un cohete V-2, New Mexico, EEUU
El 24 de octubre de 1946, poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, se tomaron las primeras imágenes de la Tierra desde el espacio. La cámara voló a bordo de un misil V-2, diseñado en un inicio como arma de guerra y que, tras el conflicto, fue reconvertido en una herramienta de investigación científica con fines pacíficos.
Fue el primer objeto artificial que rebasó en su vuelo los cien kilómetros de altura que, de manera algo arbitraria, se considera el límite entre la atmósfera terrestre y el espacio exterior. El cohete alcanzó una altitud de ciento cinco kilómetros, y pocos minutos después cayó a la Tierra. La cámara fue recuperada con la batería y la lente destrozadas, pero el film sobrevivió al impacto. Quedó como legado la película en blanco y negro, de unos minutos de duración, que muestra cómo la superficie de la Tierra se aleja a medida que el cohete asciende a la velocidad vertiginosa de unos cuatro mil cuatrocientos kilómetros por hora. Los detalles del lugar de lanzamiento en Nuevo México (EEUU) se hacen cada vez más pequeños y terminan por desdibujarse bajo un mar de nubes, dando paso a la visión inolvidable de la superficie curvada de nuestro planeta. Clyde Holliday, el ingeniero que adaptó la cámara fotográfica, declaró en 1950 a National Geographic que estas imágenes mostraban cómo visitantes de otro planeta verían la Tierra al acercarse en una nave espacial.
imagen2. Primera imagen de la Tierra desde las inmediaciones de la Luna.
23 de agosto 1966
Lunar Orbiter (NASA, EEUU)
En los años siguientes, se consiguieron numerosas fotografías y películas en diferentes vuelos que captaron imágenes parciales de la Tierra. El 23 de agosto de 1966, hace 50 años, se obtuvo la primera imagen de nuestro planeta desde las inmediaciones de la Luna. Fue tomada por el Lunar Orbiter (orbitador lunar) I de la NASA y transmitida a la estación de seguimiento en Robledo de Chavela, cerca de Madrid.
La superficie lunar, plagada de cráteres, aparece en primer plano. A lo lejos, la Tierra se eleva sobre el horizonte. En las dos décadas anteriores, las imágenes de nuestro planeta desde el espacio cubrían solo partes de su superficie. Este paisaje lunar, con la Tierra en la distancia, produce un cambio sutil y profundo en nuestra percepción: es la visión de nuestro planeta como un lugar diferente en el espacio. Intuimos que no es el único sitio; que, aunque singular y extraordinario para nosotros, es uno más en la vastedad del espacio.
imagen3. La Tierra en el centro del universo ll
en “Scivias”, mediados del S. XII
Hildegard Von Bingen
No hizo falta abandonar nuestro planeta y verlo en la distancia para conocer su forma esférica. Este hecho estaba ampliamente aceptado desde hacía muchos siglos en la época de la monja benedictina alemana Hildegard von Bingen (1098-1179).
Von Bingen fue escritora, teóloga, abadesa, naturalista, poetisa; una mujer polifacética y culta que ejerció una gran influencia en la historia medieval de Occidente. Es considerada una de las místicas más importantes de todos los tiempos. De fuerte espíritu renovador, fundó su propio monasterio en un siglo en el que las órdenes femeninas dependían de su alianza con una orden masculina a la que debían someterse. La curiosidad científica la llevó a observar numerosos fenómenos naturales. Estudió, por ejemplo, plantas y animales (identificó unas cuarenta clases de peces en los ríos cercanos a su convento).
Según su testimonio, los conocimientos le fueron revelados en visiones que tuvo desde muy niña. Una comisión de teólogos designados por el propio Papa dictaminó que, al igual que para los antiguos profetas, las visiones de Hildegard eran de origen divino. Las recopiló en su obra más importante, Scivias, publicada a mediados del siglo XII y que tardó diez años en completar. Consta de veintiséis visiones referidas a diferentes temas.
La iluminación de la figura acompaña a la tercera visión dedicada al universo incluida en la primera parte de Scivias. Así era el cosmos que Dios reveló a von Bingen. Tenía forma de huevo y estaba rodeado de fuego. La Tierra, con una curiosa geología delineada por viento y agua, reina portentosa en el centro de un firmamento plagado de estrellas. La autora describe la relación que cada elemento de este universo guarda con Dios y con la historia sagrada.
imagen4. Mapa del mundo ll en “Teoría sagrada de la Tierra”, 1684
Thomas Burnett
Thomas Burnet (1635-1715) fue un teólogo inglés. Creó mapas de la Tierra antigua que aparecieron en la primera parte de su obra Teoría sagrada de la Tierra, publicada en 1681 en latín y reeditada en 1684 en inglés.
En su dedicatoria del libro al rey de Inglaterra, Burnet explica que desea presentarle una teoría que describe los orígenes del mundo. Fue en sus inicios creado por Dios como una esfera perfecta. Se convirtió en el planeta irregular que es, plagado de montañas y valles, tras el diluvio universal. Burnet calculó la cantidad de agua existente en la naturaleza y concluyó que no era suficiente para explicar la inundación catastrófica producida tras el diluvio universal. Para explicar esta contradicción propuso que en el origen, el interior de nuestro planeta era una esfera hueca, regular y perfecta, que estaba llena de agua. En un momento dado, Dios decidió castigar los pecados del mundo provocando un cataclismo: la superficie de la Tierra se partió y todas las partes fueron inundadas. Cuando los mares y océanos se retiraron y dejaron las tierras secas, quedaron las ruinas sobre las que camina la humanidad. De esta manera, Burnet trataba de reconciliar la historia sagrada con una visión que, según él, era científica.
En la ilustración aparece la Tierra en la distancia, tal y como Burnet la imaginó si desaparecieran todos los mares y océanos. Se aprecian en primer plano África, Asia y Europa.
imagen5. El Sol eclipsado por la Tierra visto desde la Luna ll
en “La Luna: considerada como un planeta, un mundo y un satélite”, 1874
James Carpenter y James Nasmyth (ilus.)
En 1874, el ingeniero mecánico e inventor James Nasmyth (1808-1890) y el astrónomo James Carpenter (1840-1899) publicaron el libro La Luna: considerada como un planeta, un mundo y un satélite. Soñaron con un viaje a la Luna y describieron con detalle las sensaciones que allí experimentaría el ser humano. Imaginaron, por ejemplo, los cambios que se apreciarían en el paisaje, debidos a los juegos de luces y sombras sobre el rugoso relieve lunar; o los contrastes de brillo y color debidos a la composición de la superficie, donde diferentes minerales darían coloraciones especiales y únicas al paisaje.
Describieron con detalle los efectos de la ausencia de atmósfera, como el silencio lunar: “Un silencio mortal reina en la Luna: mil cañones podrían ser disparados y mil tambores golpeados en aquel mundo sin aire, pero ningún sonido saldría de ellos. Labios que podrían temblar, lenguas que intentarían hablar, pero ninguna de sus acciones rompería el silencio de la escena lunar”.
La obra incluye interesantes ilustraciones de la superficie de nuestro satélite realizadas por Nasmyth. Se inspiró en moldes de escayola que él mismo construyó, basándose en observaciones telescópicas de la Luna. Los iluminó desde diferentes ángulos y tomó fotografías en las que se basaron sus dibujos.
En la figura, el Sol en la distancia aparece eclipsado por la Tierra, tal y como lo veríamos desde la Luna. Su forma empieza a despuntar detrás del círculo terrestre, que tiene un tamaño aparente unas cuatro veces mayor. La corona aparece espectacular. La luz solar atraviesa la fina capa de la atmósfera de nuestro planeta rodeándolo de un halo brillante y rojizo que ilumina la superficie lunar. En este paisaje montañoso y salvaje reina la desolación, pero no está exento de grandeza.
imagen 6. Servadac y sus colegas contemplan la Tierra desde un globo
en “Héctor Servadac”, 1877
Julio Verne. Ilustrador: Paul Philippoteaux
Héctor Servadac (1877) es un título peculiar en la extensa obra de Julio Verne (1828-1905), en general obsesionada por la verosimilitud en todos sus planteamientos científicos. Sin embargo, en esta novela se permite abordar un argumento fantasioso, en el que es fácil rastrear el hervor imaginativo de los astrónomos Arago y Flammarion, a quienes cita muchas veces en sus libros.
Un cometa golpea la Tierra y se lleva consigo un trozo de la cuenca del Mediterráneo, junto con un puñado de habitantes que ejercen de estereotipos nacionales. Ante las variaciones en la fuerza de la gravedad y la posición y tamaño del Sol, acaban llegando a la conclusión de que están vagando por el Sistema Solar, siguiendo al astro en su larga órbita. Y cuando, subidos a un globo desde el que esperan retornar a su planeta cuando el cometa complete su órbita, observan la Tierra que se va acercando, cada uno de ellos distingue sus países de origen: Rusia, Francia, España...
En un momento de apogeo nacionalista, la reacción que Verne imaginó, lejos de Sagan y su lectura de una única humanidad un siglo después, fue que la experiencia espacial reafirmaría el orgullo nacional. Cuatro décadas después, todo ese caldo de cultivo acabaría llevando al mundo a la Gran Guerra.
imagen7. La Tierra vista desde la Luna
en “Las tierras del cielo; viaje astronómico sobre otros mundos”, 1884
Camille Flammarion
Ilustrador: Paul Foché
Al astrónomo y escritor francés Camille Flammarion (1842-1925) le apasionó la astronomía desde niño. Con once años observó la luna a través de unas gafas de ópera y allí creyó ver montañas, mares y países como en la Tierra, quizás incluso habitantes.
Ya de adulto, se dedicó a la investigación de la astronomía y contribuyó a su popularización con numerosas obras. Entre ellas publicó Las tierras del cielo; viaje astronómico sobre otros mundos, que contiene muchas ilustraciones, incluyendo algunas de la Tierra vista desde la Luna. En la figura se muestra una de ellas. La Tierra, en fase de cuarto creciente, reina sobre un paisaje lunar diverso de llanuras, montañas y cráteres. Flammarion describió con gran detalle la noche estrellada vista desde la cara visible de nuestro satélite. “En la puesta de sol, el astro de día se acerca lentamente hacia el horizonte y las sombras negras de las montañas se alargan en silencio como gigantes. Ningún color en el cielo, ninguna gloria, ninguna pompa acompañan su salida. A su vez, la luz zodiacal desciende despacio, dejando el imperio de la noche al ejército de estrellas, a la Vía Láctea y sobre todo a la Tierra, cuyo brillo ilumina desde los cielos el paisaje adormecido”.
Flammarion dedicó los últimos años de su vida al estudio de Marte. Estaba convencido de la existencia de vida en el planeta rojo y fue uno de los primeros en creer en la posibilidad de habitarlo.
imagen8. “Viaje a la Luna”
Georges Méliès, 1902
Ilustrador: Paul Foché
Los hermanos Lumiére inventaron el cine, pero fue Georges Méliès (1861-1938) el que demostró todo lo que una cámara podía crear. Mago de profesión, pronto comprendió que el cinematógrafo era la herramienta definitiva para hacer realidad lo imposible. Así, era inevitable que terminara cruzándose con Julio Verne, haciendo películas libremente inspiradas en su universo.
Y, cómo no, no podía faltar el Viaje a la Luna (1902), en el que combinó el imaginario verniano con el relato de H.G. Wells Los primeros hombres en la Luna, más una divertida y heterodoxa reunión de materiales que incluían estrellas como coristas y selenitas más cercanos a la caricatura de una tribu africana.
Pero es curioso que, en el momento en el que los viajeros ven la “salida” de la Tierra desde nuestro satélite, ese efecto no tenga más añadido que el globo que va ascendiendo mientras las montañas lunares descienden, quizá para poder contemplarlo mejor. No hay ninguna criatura, ningún efecto especial adicional: la mera idea de que la Tierra pudiera surgir del horizonte como para nosotros lo hace la Luna, era suficiente para maravillar al público. Es el resultado que una y otra vez, incansablemente, buscaba Méliès en todo lo que hacía, y que conseguía siempre con creces.
imagen9. Pálido punto azul
Imagen de la Tierra tomada por la sonda Voyager (1990)
El 14 de febrero de 1990, tras dejar atrás el planeta Neptuno, la sonda Voyager I de la NASA giró la cámara para tomar una foto de familia de los planetas del Sistema Solar. Así quedó retratada la Tierra, apenas del tamaño de un píxel, solo un pálido punto azul en la vastedad cósmica. Con este título, el pálido punto azul ha pasado a la historia esta imagen icónica de la Tierra en la distancia.
“Eso es aquí. Ese es nuestro hogar. Eso somos nosotros. Ahí han vivido sus vidas todos a quienes has amado, a quienes conoces, todos aquellos sobre los que has oído hablar alguna vez, todos y cada uno de los seres humanos que han existido”.
De esta manera comenzaba la inolvidable reflexión que el astrónomo, escritor y divulgador científico Carl Sagan (1934-1996) hizo sobre esta imagen. Fue miembro del equipo de la misión. Aunque no formaba parte del plan inicial, Sagan convenció a la NASA para que la sonda tomara una última fotografía a nuestro planeta. Sigue siendo la imagen más distante que se ha obtenido de la Tierra, que aparece como un punto insignificante en medio de una banda luminosa (que constituye un artefacto debido a luz dispersada por la óptica de la cámara).
La misión Voyager I ha abandonado nuestro Sistema Solar para siempre. Desde allí, la Tierra aparecerá como la describió Camille Flamarion hace más de un siglo, cuando imaginó el fin del mundo en su obra con el mismo título (La Fin du Monde, 1894).
“Este fin del mundo ocurrirá sin ruido, sin revolución, sin cataclismo. […] [La Tierra] Será un detalle insignificante en la inmensidad del universo. Actualmente es tan solo un punto entre todas las estrellas porque a esta distancia se pierde en su pequeñez infinita en la cercanía del sol, que es tan solo una pequeña estrella. En el futuro, cuando el fin de las cosas llegue a la Tierra, el evento pasará completamente desapercibido en el universo […]”
Las imágenes de la Tierra en la distancia quizás han desterrado para siempre nuestra necesidad de ser el centro del universo, pero a la vez han inspirado nuestras conciencias para apreciar el mundo hermoso y frágil que es nuestro hogar en la vastedad del cosmos.